
Durante décadas, los astronautas que pisaron la Luna en las misiones Apolo volvieron con historias inquietantes: polvo lunar que se pegaba a sus trajes, les provocaba tos, estornudos y escozor en los ojos. Aquella experiencia bastó para que la NASA lo tratase como un posible riesgo biológico.
Hoy, más de 50 años después, un equipo de científicos australianos ha estudiado a fondo qué pasa realmente si se inhala ese polvo lunar. Y lo sorprendente es que no sólo no resulta tan dañino como se temía, sino que han llegado a la conclusión de que es menos tóxico para nuestros pulmones que el aire que respiramos en cualquier ciudad.
El mayor problema del polvo lunar no es químico: es físico
El estudio, publicado recientemente en la revista Life Sciences in Space Research y liderado por la Universidad Tecnológica de Sídney (UTS), ha puesto cifras y datos a algo que hasta ahora sólo se intuía. El polvo lunar, o más concretamente sus simulantes más avanzados utilizados en el laboratorio, no es químicamente tóxico para las células pulmonares humanas. Y, lo más importante, es mucho menos dañino que las partículas finas en suspensión presentes en la contaminación urbana.
“Es importante distinguir entre un irritante físico y una sustancia altamente tóxica”, explica Michaela B. Smith, investigadora principal y doctoranda de la UTS. Y esa es precisamente la clave. Aunque las partículas de regolito lunar (un polvo gris y afilado que cubre la superficie de la Luna) pueden causar irritación al ser inhaladas, no provocan inflamación crónica ni el tipo de daños celulares graves asociados a enfermedades como la silicosis.
Durante el estudio se analizaron partículas de menos de 2,5 micras, lo suficientemente pequeñas como para colarse en lo más profundo de los pulmones. Se probaron sobre dos tipos de células pulmonares humanas, representando las regiones bronquial y alveolar, y se compararon con muestras de contaminación recogidas en una calle muy transitada de Sídney.
El resultado fue claro: las células expuestas al polvo terrestre sufrieron mucho más estrés oxidativo, una de las principales vías del daño químico, que aquellas expuestas al polvo lunar simulado. “Cualquier polvo, si lo inhalas, te hará estornudar, toser y te causará cierta irritación”, explica Smith. “Pero no es tan tóxico como el sílice, que puede provocar silicosis tras años de exposición en una obra. No va a ser algo así”.
Los astronautas del Apolo lo sufrieron en carne propia
La preocupación de la NASA no viene de ahora. Ya en las misiones Apolo los astronautas reportaron molestias nada más volver del exterior. El polvo lunar, cargado electrostáticamente, se adhería con fuerza a sus trajes y, una vez dentro del módulo lunar, se liberaba en el aire confinado. Las consecuencias fueron inmediatas: escozor de ojos, dolor de garganta, estornudos y dificultad para respirar.
Pero entonces no se sabía qué lo provocaba exactamente: ¿una reacción tóxica? ¿Una contaminación biológica? ¿Simple irritación física? Este nuevo estudio ayuda a responder por fin esa pregunta y proporciona datos clave de cara a las futuras misiones Artemis, que planean devolver humanos a la Luna por primera vez desde 1972.
La conclusión del estudio no elimina el polvo lunar como un problema, pero sí redefine su peligrosidad. El regolito sigue siendo abrasivo, con bordes irregulares que pueden “lijar” literalmente los tejidos si se inhala, pero no parece desencadenar enfermedades pulmonares graves si la exposición es moderada.
Por eso, la NASA no se ha dormido. Smith pudo comprobarlo de primera mano en una reciente visita al Centro Espacial Johnson en Houston: “Han rediseñado los trajes para que nunca entren en la cabina. El astronauta sube y baja desde dentro, pero el traje se queda fuera. Así evitan que el polvo contamine el aire del módulo”.
La investigación ha tenido tanta relevancia que ya está influyendo en los planes del programa Artemis III, previsto para 2027, y en la posible construcción de una base lunar permanente. Brian Oliver, director del doctorado de Smith y coautor del estudio, lo resume así: “Los resultados contribuyen a reforzar los argumentos de seguridad para el regreso de los humanos a la Luna”.
Y no se quedan ahí. El siguiente paso de Smith es estudiar cómo afecta la microgravedad a la función pulmonar usando dispositivos rotatorios que simulan la ingravidez de la Estación Espacial Internacional.
Imágenes | NASA